viernes, 19 de noviembre de 2010

UN POEMA DE GINES JIMENEZ SANCHEZ





La niña de Guatemala, obispos, embajadores, yo y uno que fue al entierro
Si no ocurrió en París, bien poco importa.Aunque pudo ocurrir, allí o en Lima.
Pero las cosas tristes siempre ocurren
donde mascan los pobres su fatiga.
Fue una tarde, por Dios, lluviosa tarde
en el que el otoño bajaba a las campiñas.
Sobre las anchas llanuras de mi tierra
no caen sino la lluvia y la desdicha.
El campo estaba mustio en su noviembre,
como mi corazón, medio hecho trizas.
Menos mal que el alma se consuela
pensando que son cosas de la vida.
Me extraña, sin embargo, que sea injusta
de esa manera tan cruel e inmerecida:
a unos tanta pena en el camino y a otros tanta risa y alegría.¿Qué consuelo queda en nuestro pecho si al perder la ilusión nace esa herida que no la curan versos ni esperanzas,sino que se va rompiendo i
gual que un cisma?Porque tú, María Granados, dejaste abiertomi corazón como un pozo de avaricia.
Detrás de tu disfraz iba la muerteandando tras los pasos de un suicida.
De amores y quimeras está llenala casa del dolor, y andan dormidas
por la alcobas tristes de mis sueños
las dulces soledades de otras niñas.
De penas se alimentan los poetasy así suena de pronto aquella liraque rasga mi corazón cuando en la nochese apaciguan mis afanes y doctrinas.
Recuerdo bien la sala y los jardinesdonde yo te conocí. Tú eras la misma
criatura de mis años juveniles,
cuando empecé a sufrir por e
sta isla.
Dos patrias tuve yo: Cuba y la noche. Ahora diría que tres. Y tú, María.
Porque en tus ojos limpios vi el misterio
que me enseñó a luchar contra la insidia.
Si te hubiera conocido en ese tiempo,tal vez tu hermoso nombre existiría,no en la lóbrega historia de los libros,
sino en la del corazón, clara y sencilla.Porque yo también, María, amé tu frente
con la pasión más
pura y más legítima.





Desde la misma tarde en que te vio
mi pecho
respiró una herida antigua.
Veinte años tenías, yo veinticuatro.Tú llevabas el sol y a mí querían
las sombras r
odearme para siempre,
buscando loco rey que las presida.
Sola en tu caja tú, con tu silencio y mi pesar como única compañía.Las gentes mientras tanto deseando
besar de lo
s prelados las sortijas.
Qué triste carnaval el de este mundo:la verdad, la honradez ¿no son mentira
o tan solo palabras que el tirano
para calmar al siervo untó en saliva?
Besando anillos, cruces y otros fierros los pobres se confortan. Arduo enigma
de resolver, cuando está visto que a ellos nunca hay dios que los bendiga.
Sólo los niños acaso entienden algo
de esta mísera farsa, y en la misa
prefieren tocar, más que otra cosa,
de los purpúreos padres la ancha mitra.Rezos, honores.
Qué loca mascaradala del humano vivo.
Se maravilla ante la muerte ajena. Párecía el nuncio
que te iba a preservar de ser ceniza.
De qué servían allí órdenes, méritos,
ni las bandas doradas, ni las cintas
cruzadas sobre el pecho. Frías medallas con que la fatuidad decoró la vida estúpida.
Ni el ilustre embajador de Petersburgo,
ni el señorial ministro de Florida,
tuvieron más misión ante tu cuerpoque hincarse temblorosos de rodillas.
Se quitaron las mitras los obispos,
los cónsules quedáronse en camisa,
y portaron tu féretro a los hombros
con cuatro
generales que gemían.


Lloré tu muerte azul, tu adiós callado,
mi soledad sin fin, tu alma dormida.
Desde aquel mismo instante sólo fui
el cónsul general de tu agonía.
Me despedí de ti con un suspiro,
con un llanto mortal. A cuántas niñas la pena de mis ojos fue regando
hasta florecer un rosal en sus pupilas.
Porque se fue una diosa inmaculada,
una princesa dulce y sensitiva,
que nunca quiso ofrenda más que el sol,
sólo del corazón la fruta rica.
Colgarte al cuello esclavos mis amores
quisiera, y un rumor de golondrinas,
de esas que no vuelven a los sitios
donde sintió el corazón tanta desdicha.
No me olvides aún. Toma esta rosa
de abril. La pena es alegría
cuando con orgullo el hombre bebe
el cáliz de su muerte y la hace digna.
Qué importa caer joven. Mira el árbol
hermoso del futuro: nació de una semilla
de sangre apasionada, que fue entrega
del hombre que tú soñaste un día.
Yo guardaré pena siempre en mi memoria
la eterna claridad de tu sonrisa.
Y el beso agradecido que mi boca
no supo ayer dejar en tus mejillas.
Si el tiempo nos robó el amor, los sueños,
nos dio a cambio la estrella que ilumina.
De aquel río sólo queda el agua amarga
y tu nombre y mi alma por las viñas.


Ginés Jiménez Sánchez

2 comentarios:

  1. Hola, he visto en facebook el titulo y pensé que era de José Martí, solo que el empieza:
    Quiero, a la sombra de un ala
    contar este cuento en flor
    la niña de Guatemala,
    la que se murió de amor.

    Después de leer tu entrada, sencillamente me encanta, esta hermoso, hasta ahora, no había leído nada sobre Ginés Jiménez, espero poder seguir conociendo su obra desde tu blog. Un beso

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  2. Hola, me alegro de que Ginés siga escribiendo. Me ha gustado el poema.
    Me gustaría que lo saludaras de mi parte, hace mucho que no lo veo.
    Cuando éramos jóvenes compartimos un gran amor por James Joyce.

    Un beso, Toti y enhorabuena por el blog. ;)

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