Doña Primavera viste que es primor, viste en limonero y en naranjo en flor.
Lleva por sandalias unas anchas hojas, y por caravanas unas fucsias rojas.
Salid a encontrarla por esos caminos. ¡Va loca de soles y loca de trinos!
Doña Primavera de aliento fecundo, se ríe de todas las penas del mundo...
No cree al que le hable de las vidas ruines. ¿Cómo va a toparlas entre los jazmines?
¿Cómo va a encontralas junto de las fuentes de espejos dorados y cantos ardientes?
De la tierra enferma en las pardas grietas, enciende rosales de rojas piruetas.
Pone sus encajes, prende sus verduras, en la piedra triste de las sepulturas...
Doña Primavera de manos gloriosas, haz que por la vida derramemos rosas:
Rosas de alegría, rosas de perdón, rosas de cariño, y de exultación.
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EL ECUENTRO
Le he encontrado en el sendero.
No turbó su ensueño el agua ni se abrieron más las rosas; abrió el asombro mi alma. ¡Y una pobre mujer tiene su cara llena de lágrimas!
Llevaba un canto ligero en la boca descuidada, y al mirarme se le ha vuelto grave el canto que entonaba. Miré la senda, la hallé extraña y como soñada. ¡Y en el alba de diamante tuve mi cara con lágrimas!
Siguió su marcha cantando y se llevó mis miradas... Detrás de él no fueron más azules y altas las salvias. ¡No importa! Quedó en el aire estremecida mi alma. ¡Y aunque ninguno me ha herido tengo la cara con lágrimas!
Esta noche no ha velado como yo junto a la lámpara; como él ignora, no punza su pecho de nardo mi ansia; pero tal vez por su sueño pase un olor de retamas, ¡porque una pobre mujer tiene su cara con lágrimas!
Iba sola y no temía; con hambre y sed no lloraba; desde que lo vi cruzar, mi Dios me vistió de llagas. Mi madre en su lecho reza por mí su oración confiada. Pero ¡yo tal vez por siempre tendré mi cara con lágrimas!
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Promesa a Las Estrellas
Ojitos de las estrellas abiertos en un oscuro terciopelo: de lo alto, ¿me veis puro?
Ojitos de las estrellas, prendidos en el sereno cielo, decid: desde arriba, ¿me veis bueno?
Ojitos de las estrellas, de pestañitas inquietas, ¿por qué sois azules, rojos y violetas?
Ojitos de la pupila curiosa y trasnochadora, ¿por qué os borra con sus rosas la aurora?
Ojitos, salpicaduras de lágrimas o rocío, cuando tembláis allá arriba, ¿es de frío?
Ojitos de las estrellas, fijo en una y otra os juro que me habéis de mirar siempre, siempre puro.
Casi fuera del cielo ancla entre dos montañas La mitad de la luna. Girante, errante noche, la cavadora de ojos. A ver cuántas estrellas trizadas en la charca.
Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye. Fragua de metales azules, noches de las calladas luchas, Mi corazón da vueltas como un volante loco. Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos, A veces fulgurece su mirada debajo del cielo. Quejumbre, tempestad, remolino de furia, Cruza encima de mi corazón, sin detenerte. Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raíz soñolienta.
Desarraiga los grandes árboles al otro lado de ella. Pero tú, clara niña, pregunta de humo, espiga. Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas. Detrás de las montañas nocturnas, blanco lirio de incendio, ¡Ah nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.
Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos, Es hora de seguir otro camino, donde ella no sonría. Tempestad que enterró las campanas, turbio revuelo de tormentas Para qué tocarla ahora, para qué entristecerla.
Ay, seguir el camino que se aleja de todo, Donde no esté atajando la angustia, la muerte, el invierno, Con sus ojos abiertos entre el rocío.
Pero es otra, que nunca fue tan grande y tan pálida.
Tiemblo como las luces tiemblan sobre las aguas.
Tiemblo como en los ojos suelen temblar las lágrimas.
Tiemblo como en las carnes sabe temblar el alma.
¡Oh! la luna ha movido sus dos labios de plata.
¡Oh! la luna me ha dicho las tres viejas palabras:
«Muerte, amor y misterio...» ¡Oh, mis carnes se acaban!
Sobre las carnes muertas alma mía se enarca.
Alma ?gato nocturno? sobre la luna salta.
Va por los cielos largos triste y acurrucada.
Va por los cielos largos sobre la luna blanca.
Tú, que nunca serás
Sábado fue, y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino, mas fue dulce el capricho masculino a este mi corazón, lobezno alado.
No es que crea, no creo, si inclinado sobre mis manos te sentí divino, y me embriagué. Comprendo que este vino no es para mí, mas juega y rueda el dado.
Yo soy esa mujer que vive alerta, tú el tremendo varón que se despierta en un torrente que se ensancha en río,
y más se encrespa mientras corre y poda. Ah, me resisto, más me tiene toda, tú, que nunca serás del todo mío.
Lo inacabable
No tienes tú la culpa si en tus manos
mi amor se deshojó como una rosa: Vendrá la primavera y habrá flores... El tronco seco dará nuevas hojas.
Las lágrimas vertidas se harán perlas de un collar nuevo; romperá la sombra un sol precioso que dará a las venas la savia fresca, loca y bullidora.
Tú seguirás tu ruta; yo la mía y ambos, libertos, como mariposas perderemos el polen de las alas y hallaremos más polen en la flora.
Las palabras se secan como ríos y los besos se secan como rosas, pero por cada muerte siete vidas buscan los labios demandando aurora.
Mas... ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera! ¡Y toda primavera que se esboza es un cadáver más que adquiere vida y es un capullo más que se deshoja!
Y llegó el Carnaval con sus excesos habituales (¡vivan los excesos cuando son mutuamente consensuados y mutuamente gozados!) por lo que se me antojó exhumar este poemilla de aquel "pájaro burlón", el satírico de aquella mancha a la que su compañero Federico More bautizará años después como la Generación Infortunada: Leonidas Yerovi. Disfruten ese lado bufón y festivo que lo hizo conocido entre ese grupo de salvajes bohemios:
Versos del Carnaval
Pierrot estaba y no estaba, pero yo estaba…
I
…Fue de pronto. Fue tras una caricia con que la luna me obsequió gratuitamente sin rubor y sin malicia, cuando repentinamente fui a buscar al sin fortuna guiado por la caricia de la luna – consecuente…
Yacía el triste inconsciente lívido en la estrecha fosa en donde a ratos reposa según el desdén le acosa o le lanzan los literatos; yacía lívidamente, o congelada en su frente una línea de sudor surcaba la blanca harina que humedeció Colombina con sus ósculos de amor…
¿Estaba muerto? ¿Soñaba con ella? ¿Estaba dormido?... No lo sé, ni me importaba. Pierrot estaba y no estaba, Pero yo estaba bebido…
Su faz transparente y seca se transía en una mueca estupendamente loca y era agresiva la hueca negrura de su ancha boca…
Mas él estaba y no estaba pero yo estaba… y buscaba su bullente compañía, y apuntalando a un ciprés el fracaso de un traspiés que me llevaba y traía, le dije sarcástico: –¡Ea! ya ves que soy capaz de venir por ti, así sea porque no duermes en paz o porque el mundo te vea!...
Y bajo el blanco disfraz que de antaño le cubría vi que Pierrot se movía levemente estremecido. ¿Despertaba? ¿Suspiraba?
¿Estaba muerto? ¿Dormido?... Pierrot estaba y no estaba. ¡Yo sí que estaba bebido!
–¡Arriba! –le dije– ¡Arriba! Pierrot! La luna, cautiva de la esfera sideral, ha llegado de sorpresa para besarte en la huesa y amortajado te besa porque llegó el Carnaval.
Rompe tu sueño fatal, destroza tus ligaduras y álzate, sal y acompaña a quien te invita el champaña de todas las aventuras; olvida las amarguras de aquella mujer… aquella Colombina infiel y bella de tus viejas ilusiones; ven y bajo los pompones rojos de tu molinera goza la vida reidera de todas las libaciones.
Y ante aquel nombre querido vi cómo se levantaba. Le vi de mi brazo asido… Pierrot estaba y no estaba, pero yo estaba bebido.
II
Surgimos en un salón de baile, que era un manchón de luces y de colores en rara combinación.
Vahos de extraños olores, aromas de ajadas flores, rumores de loca fiesta, giros, voces, ademanes y desenfrenos de orquesta que sabían a cancanes…
Brillaba como ascua de oro aquel salón circular donde era el estruendo un coro elevado sin cesar.
Temblaban en los espejos con luminosos reflejos los focos de las cornisas, y bajo las claras ondas todo era frufrú de blondas entre estallidos de risas; fulgor de vivas miradas encuentro de ojos traviesos, diapasón de carcajadas y húmedo sonar de besos…
Todo era luz en cambiantes y color y animación; todo notas discordantes, hasta el saltar del tapón de los vinos espumantes… ¿Y Pierrot? Pierrot asido de mi brazo forcejeaba por huir hacia el olvido… Pierrot estaba y no estaba, pero yo estaba bebido.
De improviso, dominante, delatora, cristalina una risa trepidante: la risa de Colombina que le reía a un amante; y casi en el mismo instante a un rudo brazo sujeta, fatigada de bailar, Colombina, – ¡la coqueta!... que se marchaba a cenar…
Pierrot vibró al escuchar la risa de aquel reír y al ver a la infiel pasar sintió el ansia de morir pero sin resucitar.
Y yo que le sostenía y yo que le comprendía, pérfida, perversamente le deslicé en el oído: –Como tú estabas ausente… ¡y gozaba interiormente!... ¿Me escuchó? ¿No me escuchaba? ¿Estaba al fin convencido de la traición que miraba?... Pierrot estaba y no estaba… ¡como yo estaba bebido!...
Hice fácil presa de él y fui a acordar a mi presa sobre el más blanco mantel, que engalanara una mesa, y de improviso, – ¡oh sorpresa!... junto a una mesa vecina, un pastel… y Colombina que devoraba el pastel; y hacia el extremo distante grotesco hasta en la silueta el rostro del nuevo amante detrás de una servilleta…
Sacudí a mi compañero: –Pierrot –le grité– repara ¡escudriña aquella cara vecina a ese caballero!
Y a mis voces de algazara volvieron todos de frente y nos faltó tiempo para medirnos rápidamente.
Luego – Señor, qué divina escena en ruido y tropel – –¡Pierrot! – grita Colombina –¡Colombina! – grita él.
El galán, cuyo papel airoso decae bastante, se interpone blasfemante y yo acudo a la razón, y al jolgorio de la fiesta va a unirse la trapatiesta del diminuto salón…
Una escena de balumba – ¡Pierrot! – ¡Colombina! ¡Tú!... (¡y el galán que siente su decepción y su fracaso!)
Luego una fuente que zumba, más tarde el zumbar de un vaso… y ya armada la querella
el tremolar de una silla el volar de una botella y el adiós de la vajilla… –¡Maravilla! ¡Maravilla!
Todo, decididamente, era un rasgo sin igual, ¡por algo hay un esplendente domingo de carnaval! ¡era noche de aventuras, era una noche divina, la figura de las figuras de Pierrot y Colombina!
¡Por ellos todo! Qué bello remendar su viejo afán de amores… Y loco en ello fui a retorcer por el cuello al incógnito galán…
Y el galán, a quien así por bajo de la barbilla, irguiéndose sobre sí por no moler más vajilla comenzó a molerme a mí…
Fue una lucha detestable, ¡cual se portó el miserable valido de su poder! ¡Aun Colombina, la fina silueta de Colombina, optó por desaparecer!
Y mientras yo desvahido de mi suerte blasfemaba bajo el rencor del bandido, ¿Pierrot estaba?... ¡No estaba! ¡Pero yo estaba molido!...